
En la pedagogía clásica, la que pretende conducir al discente a la excelencia mediante el esfuerzo, tan odiada por los progresistas, el castigo juega un papel esencial.
En la medida que la indolencia, la desatención o la indisciplina reciben una severa sanción, envían al pupilo perezoso o rebelde una señal inequívoca: el incumplimiento de tus deberes en el estudio, la pulcritud, el orden y el respeto a tus profesores te acarreará dolor, incomodidades y mortificación. Por consiguiente, más te vale
que te comportes correctamente o tu existencia se convertirá en una fuente continua de sufrimiento.
Si no se dosifica bien el castigo y la palmeta golpea demasiado fuerte o por demasiado tiempo, el alumno se puede caer en la desesperación, abandonando el intento de formarse y el maestro se queda sin la eficacia en su escuela.
El castigo, saludable de por sí, tiene como límite la desesperación del educando.
Por Aleix Vidal-Quadras. La Gaceta. 24-VI-2012
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