La tecnificación generalizada, quizá ha hecho que muchos de los complejos juguetes actuales hayan perdido parte de la fascinación del juguete simple, en el que todo lo tiene que poner la imaginación infantil. Limitarse a pulsar un botón para que el artefacto haga alguna gracia, no parece que aporte nada a la creatividad personal. Más bien sugiere que sea el resultado de una estrategia de mercado en la búsqueda del puro consumo, a la espera de que el juguete vaya a parar cuanto antes al armario de los trastos; frente a la elemental “pepona” que sobrevive a lo largo de los años, aun cuando le falte un brazo o un trozo de pie. Algo parecido ocurre en el mundo de los adultos al enfrentarse con algunos electrodomésticos, cuya complejidad de aditamentos y prestaciones secundarias son ignoradas por los usuarios.
De otro lado, las imágenes televisivas o de libro ilustrado parecen haber suplantado a la imaginación, sustituyendo a la palabra. Si todo se ve concretado en imágenes, no se ofrecen campos a la fertilidad de la ensoñación. La primacía de la imagen empobrece la expresión en el más amplio sentido del concepto. En el lenguaje hablado se utiliza un vocabulario cada vez más corto, y la expresión de sentimientos se banaliza, ya que su vehículo es la palabra. Se recuerdan postales, viñetas o escenas de película, como aquel turista que mira el mundo a través del objetivo de su cámara: un mundo fragmentado e igual para todos. Bajo esa perspectiva puede que falte la aportación del sujeto, que se haya atrofiado la capacidad para crear un mundo interior diverso para cada lector, para cada espectador.
El seguimiento pasivo solo conduce a una línea muerta. De ser sujetos activos, imaginativos, se tiene el riesgo de pasar a ser sujetos pasivos de la técnica, a existir en un mundo virtual. El pragmatismo puede hacer olvidar el poder de la palabra, del pensamiento. La imaginación es necesaria para saber escuchar, para saber mirar, para saber pensar.
Agustín PÉREZ CERRADA