
Sentir la presencia del mal –individualmente y en la sociedad- suele despertar reacciones de indignación y de preguntarse, ¿por qué y cómo superarlo? Séneca lo expresaba con estas palabras: “No es foráneo nuestro mal, sino que está dentro de nosotros, reside en las entrañas mismas; por eso difícilmente nos curaremos, ignorantes de nuestra enfermedad; nadie hay que posea el buen juicio antes que la insensatez; el mal nos posee a todos de antemano: aprender las virtudes es desaprender los vicios”.
Han pasado veinte siglos y descubrimos, con nuevas sensibilidades, que es del corazón del ser humano donde nacen la soberbia, avaricia, lujuria, ira, envidia, pereza y otras malas hierbas que, también, se proyectan en la sociedad. Son el campo donde crecen juntos “el trigo y la cizaña”.
¿Qué hacer para intentar salir del letargo, del libertinaje y de la insensatez? Séneca proponía –en la decadente civilización romana- aprender las virtudes.
Hoy, desde el cristianismo, tenemos la fuerza y el ejemplo de Jesucristo –hechos y palabras, que encontramos en los Evangelios- podemos pedir la conversión del corazón, con el amor y la misericordia de Dios.
José Arnal